viernes, 30 de enero de 2009

Violencia es cobrar 600€













"(...) toda la vida se consume en la lucha por el bienestar".F.M. Dostoievski (Crimen y castigo)

Hay una pintada en el muro de un instituto lagunero que dice: "Violencia es cobrar 600 euros". La vi de refilón, a la velocidad del tranvía y causa la misma impresión que un grito a la nada. Letras escritas apresuradamente con un espray negro sobre el fondo rojizo del muro. Ya sé: es una solemne falta de urbanidad hacer pintadas en los muros de la ciudad. Pero normas aparte, se trata de una frase que aporta contenido.

El término violencia retrotrae a golpes, dolor, maltrato físico y psicológico, gritos e incomprensión. Pero la pintada aporta otra idea, la de que llevar una vida digna en este occidente bienalimentado y conectado a internet cuesta mucho más que esos 600 euros que, además, para muchos supone un fortunón. Esa vida digna supone pagar el techo que te cubre, los gastos de comunidad, la luz (y de paso el sueldo de los ejecutivos), el agua (ídem de ídem), el teléfono (de nuevo salarios de altos ejecutivos), la comida (a cuya función nutritiva parece dársele cada vez menos importancia, son más baratos unos bollos repletos de grasa hidrogenada que unas habichuelas tiernas), los estudios de los hijos, la ropa y el calzado etc, etc, etc... Por no hablar de un sinfín de gastos relacionados con necesidades falsas que sin embargo parecen verdaderas. Se me ha olvidado en el recuento el transporte.

Porque al fin y al cabo estamos hablando de una vida digna, lo que incluye gasto cultural; no va a quedar sólo para los yuppies (no sé por qué ha pasado de moda el término, con lo expresivo que resulta) acudir al cine, al teatro o a un concierto. No nombro los libros porque existen por fortuna las bibliotecas públicas, ese último refugio contra el mercantilismo más atroz que nos está convirtiendo en meros compradores de cosas ante la amenaza de que, si dejamos de hacerlo, el sistema se vendrá abajo. Yentonces los ejecutivos y todos aquellos que cobran salarios que dejan la dignidad convertida en una señorita cursi no podrían enviar a sus niños a estudiar a Suiza, ni pagar masters en el país de Obama (ahora Estados Unidos se llama así), ni renovar su bólido por otro de último modelo, ni lucir trajes de Armani, ni vivir en inmensas casas individuales de más de 200 metros cuadrados.

Y esa pintada, "Violencia es cobrar 600 euros", habla de todo eso y de mucho más. Habla de que cada vez nos comunicamos menos personalmente pero necesitamos dos teléfonos, el fijo y el móvil, además de la consabida ADSL para hacer amigos en el face book ya que no eres capaz de tolerar opiniones distintas a las tuyas en directo. Aquí quien de verdad ha salido ganando ha sido Telefónica, una de las pocas empresas que no conoce la palabra crisis o que la asocia a ganar miles de millones de euros menos de lo esperado, no a las pérdidas.

La pintada lagunera habla de cómo vivimos y de cuánto necesitamos para ello. Es una frase explosiva que además recuerda a contrato laboral precario, de esos en los que no puedes reclamar nada a la empresa porque de la misma, y pretextando crisis, te pone de patitas en la calle porque hay otro deseando percibir 600 euros. Es el nuevo esclavismo y probablemente el exceso de población, la avaricia de una minoría y el nulo reparto de la riqueza tengan la culpa.

Qué duda cabe, al ayuntamiento, a la Consejería de Educación o al organismo público al que corresponda borrar la pintada (con dinero público que nos reprocharán cuando hay otro mucho dinero público gastado en boberías y excesivos gabinetes de propaganda) preferiría que el autor o autora de la pintada se hubiese reprimido y hubiese anotado su contenido en una libretita. Pero entonces no actuaría como un grito, no existiría esa aportación en el paisaje que bordea el tranvía. Las instituciones, en todo caso, preferirían que en el muro hubiera pintados dos patitos o unas florecillas, o uno de esos dibujos japoneses de cómic que hacen los grafiteros. Incluso podrían subvencionar el adorno del muro al objeto de que unos jóvenes crean que son libres para expresarse (enviando mensajes a un concurso de televisión para votar a un imbécil mientras se les motiva a no votar el día de las elecciones). El concejal de cultura de turno presentaría en rueda de prensa la jornada destinada a ese genuino modo de expresión juvenil tan fresco que es el grafiti, saldría en las televisiones y lo sacaríamos en los periódicos.

Pero entonces ese muro no se habría convertido tampoco en un grito. En algunos actos reside tal grado de rebeldía que la urbanidad no es argumento para reprimirlos. Me crié en un pueblo vasco donde los goras (vivas) a ETA constituían el pan nuestro de cada día. Una noche alguien escribió en una pared "Alicia, te amo" y esa pintada se volvió más reivindicativa (en un contexto de violencia abertzale) que cualquier reclamación de independencia. Un muro, unas palabras y un poco de rabia. Deberían dejar ahí la pintada, aunque si se volviera cotidiana perdería fuerza, pero nos podemos ir turnando para sustituirla por otras.

SARO DÍAZ

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